Diálogo, discusión y enfrentamiento de ideas. Eso ha sido lo que en muchas conferencias y simposios se experimentó en el recién pasado 54 Congreso Internacional de Americanistas “Construyendo diálogos en las Américas”, que se llevó a cabo en Viena, Austria. Y es que, en los últimos años, nuevos conceptos y estrategias para la unidad y sana convivencia humana han empezado a resurgir, precisamente tomando en consideración la filosofía y el quehacer indígena.
Son estos pueblos marginados y condenado a vivir en la pobreza extrema a los que hoy en día científicos sociales y economistas han vuelto la atención para conocer de su sabiduría ancestral, que aún perdura.
Y es que el mundo moderno, ante la crisis y la frustración de políticas desarrollistas que no han llevado a mucho, ahora buscan conocimientos y alternativas; y en esa búsqueda se ve que la filosofía y el conocimiento práctico de diversas culturas autóctonas —que aún persisten en el continente americano— tienen mucho que ofrecer.
Es esta búsqueda la que ha llevado a descubrir los aportes de los pueblos indígenas, y de otras corrientes críticas, en los países andinos y en el Cono Sur. Interesante es esto, pues se constata el papel de la universidad, por lo menos en el marco de este congreso; y así debe de ser, puesto que las instituciones de educación superior son propicias como espacios para dialogar y reflexionar acerca de crear y difundir la ciencia, para el crecimiento académico y de la sociedad.
En este sentido, es evidente la preocupación por la búsqueda de nuevas epistemologías que tratan de interrelacionar e interpretar nuevas perspectivas en la sociedad, investigando, estudiando e interpretando.
El congreso ha sido una excelente oportunidad para visualizar una especie de movilidad transdiciplinaria, obteniendo así una mejor visión para la comprensión de la sociedad. En el congreso hubo una conferencia magistral que sacudió a muchos; pero a la vez dejó ciertas lagunas, pues no ofreció ningún referente académico en el que basara su propuesta. Según Alberto Acosta, de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, Flacso, Ecuador, —uno de los máximos exponentes de estas nuevas ideas apoyadas en el ‘buenvivir’—, este va más allá del ‘desarrollo’. Él dice:
“La actual crisis por la que atraviesa Europa no es económica, sino una crisis de ideas; pues Europa ya no tiene la capacidad para aprender de su propia historia. No obstante, en Europa hay fuerzas sociales y políticas con las que se puede dialogar; y es necesario, incluso, repensar el sistema de la democracia”. Y añade: “La cuestión es: ¿Cómo construir democráticamente sociedades democráticas?”. El hecho es que el ‘buen vivir’, como concepto, es un acontecer amplio, ya que, en sí, es la creación de una conciencia que interrelaciona el medio ambiente, la naturaleza y los conocimientos humanos. Entendido así, dicho concepto tiene que ver con experiencias históricas muy concretas.
Desde esta perspectiva—como sostiene Acosta—, “en el ‘buen vivir’ pasa todo lo contrario que con el ‘desarrollo’; como concepto y estrategia, aquel no tiene teoría”. Y también es de la opinión de que “a los países que hemos sido bautizados con el nombre de tercermundistas nos sigue el gran fantasma del desarrollo, que nació precisamente después de la segunda guerra mundial. Se trata de esa dicotomía entre civilizado y salvaje, países pobres y países ricos, países ricos y países en desarrollo. Es entonces cuando surge también toda esa infinidad te términos interesantes para los países en desarrollo, como decir: ayuda al desarrollo, comunicación para el desarrollo, cultura y desarrollo, políticas para el desarrollo, teorías del desarrollo, etc.
Es como que el desarrollo es un fantasma inalcanzable. Pero también es el momento cuando surge lo que se podría llamar los apellidos al desarrollo, como ser: desarrollo, social, desarrollo económico, desarrollo político, desarrollo individual, cultura y desarrollo, desarrollo social, desarrollo comunitario, desarrollo local, desarrollo de base, desarrollo ecológico, desarrollo y género y hasta institutos para el desarrollo”. Es decir, es el “desarrollo” utilizado como una trampa para occidentalizar al mundo.
Así de sencillo; y nada más. Pero, de acuerdo con Acosta, “el ‘buen vivir’ se trata ahora de una propuesta del mundo periférico: es una especie de construcción y reconstrucción, pero desde una visión utópica de los pueblos andinos y amazónicos”. Entonces—como ya lo referíamos al inicio de este artículo—, son precisamente las propuestas de los pueblos indígenas las que han llevado a esta concepción, que parte, en gran medida, desde su medio ambiente social y natural; hábitat tan importante para la vida y su conservación; pero que el mismo ser humano se ha propuesto, sin pensar en el futuro, destruirlo sin responsabilidad, con todas sus nefastas consecuencias. Acosta reafirma que el ‘buen vivir’ no es ni más ni menos que un aporte que viene desde la comunidad indígena con visos al futuro. Así que, el concepto del ‘buen vivir’, como propuesta de construcción y reconstrucción social, es un camino que se debe seguir y no un mandato.
Se trata, en otras palabras, de una tarea permanente para imaginar nuevas formas de vida, nuevos mundos, que no se refieren a alternativas al desarrollo sino al desarrollo de alternativas. Alberto Acosta lo concibe como “la construcción de una sociedad desde abajo y desde dentro, tomando en consideración lo que piensa y dice la gente; y esto sin olvidar su entorno histórico y cultural. Se trata de crear una sociedad sustentable en la armonía; de los seres humanos consigo mismos y con la naturaleza. El ‘buen vivir’ es una combinación de algo concreto y algo utópico. Eso es el ‘buen vivir’ desde la utopía indígena; es lo que dice, hace y piensa la gente, el pueblo; pero como proceso que no tiene teoría”.
Si se contempla así, esta filosofía de los pueblos indígenas, el ‘buen vivir’, no se preocupa de la propuesta, ya que en sí la acción ya existe; pero están conscientes de que hay que vivir para vivir bien; y de que esto solo se logra al estar en armonía con los que los rodean, los seres humanos, pero también con el entorno del medio ambiente natural.
Lo que Alberto Acosta concretizaba —para utilizar sus propias palabras— es que “con esta nueva visión, que viene desde los mismos pueblos indígenas, se trata de crear una universidad del saber, del conocimiento de los pueblos; y esto hay que saber hacerlo, pues no se trata de nuevas formas de romanticismo, sino de apuntar a nuevas formas de saber analizar las realidades propias, que no solo se pueden estudiar y analizar desde la política, sino también desde nuevas metodologías y teorías; pero que partan de una realidad vivida y sentida y en común acuerdo con la naturaleza”. Continurá…
Source / Fuente: creadess.org
Author / Autor: creadess.org
Date / Fecha: 30/08/12
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